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Dios bendiga nuestros matrimonios y familias.
DÍA 25: EL AMOR PERDONA
Lo que yo he perdonado, si algo he perdonado,
lo hice por vosotros en presencia de Cristo.
(2 Corintios 2:10)
Este desafío es difícil... quizá el más difícil del libro.
Pese a esto, si quieres que tu matrimonio tenga esperanza,
es necesario tomarlo con absoluta seriedad. Los terapeutas
y los pastores que trabajan en forma regular con parejas deshechas,
te dirán que es el problema más complejo de todos, una ruptura
que a menudo es la última en repararse.
No se puede solo considerar el perdón, sino que hay que ponerlo
en práctica en forma deliberada. Si no hay perdón,
no habrá un matrimonio exitoso. Jesús pintó una imagen viva
del perdón en su parábola del siervo desagradecido.
Un hombre que debía una suma considerable de dinero
se sorprendió cuando su amo escuchó su pedido de misericordia
y canceló su deuda por completo. Sin embargo, una vez que lo
liberaron de esta gran carga, el siervo hizo algo de lo más inesperado:
fue a ver a otro hombre que le debía una suma mucho menor
y exigió que se la pagara de inmediato. Cuando el amo se enteró,
el acuerdo con el esclavo cambió en forma radical.
"Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que
pagara todo lo que le debía"
(Mateo 18:34).
Un día que había comenzado con alegría y alivio terminó
con pena y desesperanza. Tortura. Prisión. Cuando piensas
en la falta de perdón, esto bebería venirte a la mente, porque Jesús dijo:
"Así también mi Padre celestial hará con vosotros,
si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano"
(Mateo 18:35).
Imagina que te encuentras en una cárcel.
Al mirar a tu alrededor, puedes visualizar varias celdas
desde donde estás. Allí, ves personas de tu pasado que están
encarceladas: personas que te hirieron cuando eras pequeño.
Ves a los que una vez fueron tus amigos pero que en algún momento
de la vida fueron injustos contigo. Quizá, veas a tus padres allí,
tal vez a algún hermano o hermana o algún otro miembro de la familia.
Aún tu cónyuge está encerrado allí cerca,
atrapado con los demás en esta cárcel de tu imaginación.
Como verás, esta prisión es una habitación de tu propio corazón,
Esta cámara oscura, fría y deprimente existe en tu interior todos los días.
Sin embargo, no demasiado lejos, Jesús está allí parado,
y te ofrece una llave que puede liberar a todos los presos.
No. No quieres saber nada con eso. Estas personas te hirieron demasiado.
Sabían lo que hacían y sin embargo lo hicieron... incluso tu cónyuge,
la persona en la que más deberías de haber podido confiar.
Así que te resistes y te vas. No quieres permanecer más allí. V
er a Jesús, ver la llave en su mano, saber lo que te está pidiendo que hagas...,
es demasiado. Cuando intentas escapar, descubres algo alarmante:
No hay una salida, estás atrapado adentro con los demás presos.
Tu falta de perdón, tu enojo y tu amargura te han transformado
en prisionero a ti también. Al igual que el siervo de la historia de Jesús,
al cual le perdonaron una deuda imposible, has elegido no perdonar
y te han entregado a los carceleros y los verdugos. Ahora,
libertad depende de tu perdón. En general, llegar a esta conclusión
nos lleva un tiempo, Vemos que perdonar supone toda clase de
peligros y riesgos. Por ejemplo, lo que estas personas hicieron
estuvo realmente mal, lo admitan o no.
Quizá, ni siquiera estén arrepentidos. Tal vez sientan que sus
acciones están perfectamente justificadas, y hasta lleguen a
culparte a ti. Sin embargo, el perdón no absuelve a nadie de la culpa.
No quedan a cuentas con Dios. Simplemente, te libera de tener
que preocuparte de su castigo. Cuando perdonas a alguien, no lo liberas.
Se lo entregas a Dios, con quien puedes contar para que se encargue
de esa persona a su manera. Te ahorras el problema de preparar más
discusiones o de intentar imponerte en esta situación.
Ya no se trata de ganar o perder. Se trata de la libertad.
Se trata de soltar. Por eso, a menudo escuchas que las personas
que han perdonado de verdad dicen: "Parece que me hubieran
quitado un peso de encima". Sí, es exactamente eso.
Es como una bocanada de aire refrescante que entra a tu corazón.
La fría oscuridad de la prisión se inunda de luz y frescura.
Por primera vez en mucho tiempo, te sientes en paz. Te sientes libre.
¿Pero cómo lo logras? Le entregas al Señor tu enojo y la
responsabilidad de juzgara esta persona. "Amados, nunca os venguéis
vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está:
Mía es la venganza, yo pagaré", dice el Señor"
Romanos 12:19).
¿Cómo sabes que lo has hecho?
Lo sabes cuando al pensar en su nombre o al ver su rostro hace
que sientas lástima por ellos, en lugar de hacer que te hierva la
sangre; hace que los compadezcas, que en verdad esperes que
cambien. Podría decirse mucho más y quizá debas luchar con
muchísimas cuestiones emocionales para lograrlo; pero los matrimonios
excelentes no están formados por personas que nunca se hieren,
sino por gente que "no toma en cuenta el mal recibido"
(1 Corintios 13:5).
El desafío de hoy:
Hoy mismo, perdona cualquier cosa que no le hayas perdonado
a tu cónyuge. Suéltalo. De la misma manera en que le pedimos
a Jesús que perdone nuestras deudas cada día, debemos pedirle
que nos ayude a perdonar a nuestros deudores cada día.
La falta de perdón los ha mantenido a ti y a
tu cónyuge encarcelados durante mucho tiempo.
Desde tu corazón, di: "elijo perdonar".
¿Por qué perdonaste a tu cónyuge hoy?
¿Cuánto tiempo llevaste a cuestas ese peso?
Ahora que le entregaste esta cuestión a Dios,
¿qué posibilidades se te presentan?
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
(Lucas 23:34)