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2 historias para reflexionar

Foto del escritor: Matrimonios en OracionMatrimonios en Oracion

HISTORIA 1


Cuentan que en cierta ocasión un joven matrimonio se cambió de casa y la ventana de su recámara daba la vista hacia el patio de la vecina.


La vecina todos los días lavaba ropa y sábanas y la joven señora la veía desde su recámara y se decía: Esta vecina no sabe lavar, siempre deja la ropa sucia. Un día de estos me voy a presentar con ella y aprovecho para enseñarle a lavar.


Así iban pasando los días, y siempre pensaba lo mismo, hasta que un buen día vio la ropa limpia y reluciente. Le dijo a su esposo. Mira la ropa de la vecina ahora si esta limpia. Yo creo alguien fue con ella y ya la enseño a lavar ropa y a usar buen detergente. El marido le contesto a su esposa: Hoy en la mañana lave la ventana. Ahora si te permite ver bien.


Jesús le devuelve la vista al ciego. Pero hay otra vista que es la que nace del corazón y es la que no depende de Jesús devolvérnosla. Esa depende de nuestra actitud interior. ¿Con qué ojos ve mi corazón?


El cuento que acabamos de ver nos muestra como podemos ver primero los defectos de los demás, y no ver sus cualidades. Muchas veces nos conducimos con la espada desenvainada tratando con rigor a nuestro prójimo.


HISTORIA 2

En cierta ocasión llega a una estación de trenes una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.


Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa a la tienda y compra un paquete de galletas y una lata de refresco.


Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, de reojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.


La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galleta que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.


Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galleta. La señora gime un poco, toma una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.


El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.


Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galleta. "No podrá ser tan insolente", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a la galletita. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galleta y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media galleta a la señora.


- ¡Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galleta.


- De nada - contesta el joven sonriendo amablemente mientras come su mitad.


El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente sin vergüenza". Siente la boca reseca. Abre la bolsa para sacar la lata de refresco y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletas... ¡Intacto!


Todo el tiempo estuvo comiendo del paquete del joven. Vemos los ojos del corazón de cada una de las personas. ¿Nos identificamos con algunas de ellas?


Con la vara que midas serás medido (Mt. 7,2).


Que tengan un día lleno de bendiciones.

 
 
 

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