“Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Sobre todo revístanse de amor, que es el lazo de la perfecta unión” (Col. 3:13, 14).
Una esposa desilusionada de su esposo decía: “Cuando éramos novios, me gustaba estar con él, pues siempre tenía una sonrisa a flor de labios; su buen humor y sus bromas aliviaban mis tensiones. Ahora, después de cinco años de matrimonio, me doy cuenta de que no se toma nada en serio y de que vive haciendo bromas de todo, como si la vida fuera un puro chiste. En las reuniones con amigos, todos lo ven como el bufón de la fiesta y eso a él lo hace feliz, mientras que a mí me llena de vergüenza. Quisiera que se tomara las cosas un poco más en serio”. Es increíble que precisamente eso que la enamoró cuando eran novios, sea ahora el defecto que menos tolera en él, porque la llena de vergüenza. “Increíble” no es tal vez la palabra adecuada, pues este es un hecho bastante frecuente en los matrimonios.
La vida matrimonial tiene la cualidad de ponernos frente a lo que realmente somos; en esa convivencia entre dos personas afloran las tendencias naturales de cada uno, y las vemos de manera diferente que cuando las envolvíamos en el enamoramiento del noviazgo pero sin convivir. En la rutina de la vida cotidiana de la pareja, y frente a las nuevas responsabilidades, las debilidades mutuas salen a flote, y aun aquellas cosas que antes parecían encantadoras ahora se ven como un defecto.
Es importante que aprendamos a vivir la realidad del matrimonio con más madurez, y con la convicción de que no cometimos un error, sino que estamos creciendo. Las personas perfectas no existen; por esa razón, Pablo aconseja: “Perdónense si alguno tiene una queja contra otro” (Col. 3:13). No es que debamos tener paciencia porque no nos queda otra alternativa; es que, inspiradas por el amor que sentimos, debemos aprender a perdonar todo aquello que sea motivo de queja para nosotras.
Tolerar cosas molestas de nuestro cónyuge sin quejarnos es ciertamente difícil, por eso es bueno recordar que el amor de Dios nos capacitará para aceptar a nuestro esposo tal como es y no como nos gustaría que fuera. Recuerda lo que te hizo enamorarte de él y renueva el compromiso de vivir juntos, hasta que la muerte te separe de su lado.
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